RUDAMAGO

I´m Ruben Mahfoud. I think. I write. I make. I am.

«Cincuenta pasos largos»

Extracto de la antología «Para mí, de ustedes»

Lo siguiente me lo contó Silvestre, una de esas tardes en que estaba de humor y el “clerén” allanaba el paso a una conversación más allá de los monosílabos. 

“Quiere?”, me preguntó antes de ponerle la tapa de “Ron Bermudez” a una “chatica” de McAlberts que contenía el cristalino y a veces mortal lubricante social. 

No todos los días Silvestre te ofrece su producción personal del localmente afamado clerén, así que acepté. Me llevé la botella  a los labios y dejé pasar una cantidad mínima del líquido, lo suficiente para que pareciera que estaba bebiendo. Nunca se es muy cuidadoso cuando se trata de clerén al mediodia. 

“Se ha vuerto un hombrecito uté”, djio Silvestre justo antes de darse otro trago y ponerle la tapa a la botella. 

“Esa loma tan como pelá Silve’tre”, le dije intentando mantener la conversación. “Le tan dando duro a la quema” 

“Eso no e la quema mijo, eso e’ ma viejo de ahí”, dijo Silvestre mirando hacia la parte que yo había señalado, un claro en lo alto de la “Lomota”. Así le llamaban los locales a la gran montaña que parecía presentar las siembras al sol todas las mañanas. “Eso e de cuando ni siquiera existía ete camino”, dijo Silvestre arrastrando sus botas de goma en la seca tierra rojiza debajo de nosotros. 

“¿Sí?”, le pregunté. 

“Me lo contó mi abuelo, er lo vidó todo”, me dijo Silvestre. 

“Y cómo se llamaba su abuelo?”, le pregunté imitando su acento. 

“¿A er le decían Tolá. Así le decía su abuela de parte de padre que era haitiana.” dijo Silvestre. 

“¿Qué fue lo que vio el abuelo suyo?” le pregunté. 

“Una ve’ Tolá taba en su ranchito allá por donde ta er pelao y dera de noche ya. Er taba ajuntando la leña pa’ avivá er fuego ar lado der bohito que teníase. Y me cuenta er que teniase do´puerca, una blanca y una prieta que fue cruzá con un cimarrón…” comenzó a contar el hombre. 

“¿ Y cómo la cruzaron?” Le interrumpí. 

“Sí uté sigue hablando no voy poderle contá”, me dijo y se dio otro trago de clerén. 

Yo solo pude asentir. 

“La puerca blanca le llamaban Yayita y Tolá tenía muchos añose con ella. No se la comía, pero sí lo marranitose que daba. De la prieta no me acuerdo er nombre ahora mimo” Silvestre paró de hablar un momento como para recordar el nombre pero se rindió rapidamente y continuó el relato. 

“Tolá ecuchó la puercase chillar y diunavé agarró su jacha, y con jacha en mano y er machente en la cintura se fue pa la cerquita donde tenía la puercase. Pero como era tarde en la noche y la luna taba tapada por la nubese er me dijo que no podía ve’ bien. Y como no jayó jacho bueno pa’ alumbrarse hizo lo que siempre había hecho” 

“¿Que hizo?” le pregunté a Silvestre sin poder ocultar mi emoción por su historia. 

“Contó.” Me dijo Silvestre.

“¿El qué?” le pregunté.

“Pero dejeme contarle” dijo Silvestre riendo. 

“E’ verdad. Siga, siga” le dije. 

“Contó lo’ pasose pa’ llegar a la cerquita” dijo Silvestre. 

Y cuanto’ eran, quise preguntar pero no me atreví. 

“Cincuenta paso’ largos contó” dijo el hombre para calmar mi sed. “Cincuenta pasose había dende el ranchito hasta donde taban la puercase. Uno, do’, tres…” Silvestre contaba los pasos y yo imaginaba la fría noche en la lomota. Solo quien camina por esos lugares sin la luz del sol sabe que el sur tiene algo vivo, algo que anda en el aire y te acecha desde detrás de los pinos. 

“Cuando Tolá iba por veinticinco salió la luna y vidó Tolá sangre en un yerbaso. Tolá arreció el paso y siguió avanzando, y más adelante jalló en el trillo una tripase de puerca.” Silvestre paró y se dio un trago de clerén. 

“No me haga eso Silvestre” le dije sin pensar. 

Silvestre rio y se dio otro trago, respiró hondo y exhaló. Luego sacó un cigarro liado por él y lo encendió con unos fosforos que sacó de una caja humeda de su macuto. Intentó tres veces antes de que encendiera. Yo saqué mi caja de cigarrillos y me uní a Silvestre como sí de un ritual de cuentacuentos se tratase. Ambos exhalamos el humo y Silvestre siguió la historia. 

“Curentiocho, cuarentinueve y cuando llego Tolá a la cerquita de madera, jalló el cuerpo de la puerca prieta abierto dende el cocote hata la cola, le faltaban la tripase. Y la puerca tenía er jocico llenito de sangre. Y al lao de la puerca, sabe lo que había me dijo el abuelo mio?” preguntó Silvestre viendo que la historia me tenía atrapado. 

“¿Que habia?” le pregunté a con el humo en los pulmones. 

“Un hombre muerto” dijo Silvestre y se puso el cigarro en la boca. 

Yo exhalé el humo por la nariz y abrí los ojos en asombro. Antes que pudiera preguntar ¿Que hizo Tolá?, ya Silvestre había reanudado. 

“Tolá busco a Yayita por toda la partese y no la jalló. Cuando se pegó al hombre vidó que le habían mordio to la barriga y la tripa se le salían. Me dijo Tolá que vio la luna reflejá en el charco de sangre. Y ya ute sabe, había un muerto. Tolá salió corriendo de nuevo par bohío con el jacha en una mano y er macheste en otra.” Silvestre se dio otra calada del cigarro y un trago de clerén. 

“Y sí ute creía que lo que le habia dicho yo era argo raro, preparese. Que ahora e’ que se pone bueno ete cuento.” y como antes Silvestre no me dio la oportunidad de hablar y continuó con su historia. “Tolá ya taba llegando ar bohío cuanto vidó que había alguien adentro, una mujer; encuera taba ella y taba bañaita de sangre, era negra como el carbón.”

“Ute se lo ta inventando Silvestre” le dije al mismo tiempo que apagaba el cigarrillo que no me había fumado por estar atento al cuento. 

“¡Por mi madrecita que ta en er cielo que no e’ mentira lo que le digo!” exclamó Silvestre llevandose los dedos de la mano izquierda a la boca y besandolos luego de pasarme la chata de clerén.

“¿Uté quiere que le cuente o no le digo na?” me preguntó Silvestre muy serio. 

“Dicúlpeme. Siga.” Le dije con lo que creí era una cara penitente y me di un trago de la botella.

“La cosa es que la mujer taba como oliendo la cosase de Tolá y cuando él le dijo Mujer, la mujer salió der bojío. Cuando ella salió er vidó con la lu’ de la luna  que los ojose de la mujer eran prietesito entero, no tenian nia un chin de blanco, y las uñas eran largase…” 

“Una bruja” dije sin pensar. 

“Eso pensó mi abuelo. Pero lo que paso dipué le cambió el pensamiento.” Silvestre soltó una bocanada de humo y me arrebató la botellita de las manos; se dio un trago de clerén y se pasó la lengua por los labios. 

“La mujer tenía la boca embarrá de una sangre rojísima y hablaba en un idioma que Tolá no entendía. La mujer se le tiró encima pero ante de que la mujer le agarrara er cuello con las uñas, Yayita, la puerca blanca, le brincó a la mujer y con lo diente le hizo un hoyo en la barriga.” Silvestre hizo un silencio para ver sí yo decía algo, pero ya a este punto estaba mudo. “Tolá se quedo quietecito der suto. Me dijo que Yayita se puso alante de er como un perro cuando cuida a una gente; pero la mujer se agarró el hoyo de la barriga y se abrió la panza con las uñase. Y de adentro de la mujer salió una puerquita.” Silvestre paró de nuevo y dio una calada al cigarro. Yo encendí otro cigarrillo y me di un trago del endemoniado clerén. 

“La puerquita, me dijo Tolá, creció rapidísimo y se puso der tamaño de esa mata de mango.” dijo Silvestre y señaló un árbol de mango de casi dos pisos de altura. “Yayita le fue arriba pero la puerquita creció muy rapido y la empujó que Yayita rodó por la jarda. Tolá salió corriendo y se metió ar bohío; la puercota le cayó atrá y arrancó el techo de paja de una mordía. Tolá creía que se lo diba a comé, pero cuando la puercota casí lo agarra, la Yayita vorvió así grandota como la puerca prieta y se emburuján la do puercase.”

“Bueno diase” dijo Silvestre a un hombre que iba camino a la loma y a quien puse poco caso cuando nos pasó por el lado. “¿Va a buca la betiase?”, siguió Silvestre la conversación. 

“No, a moverla ma´para abajo que hay ma yerba”, dijo el hombre a quien luego reconocí como Lupe. 

“¿A lo de Jandón?” preguntó Silvestre. 

“Pa’ ahí mimo” respondió Lupe y siguió su camino. 

“Pue’ sí como le diba diciendo. La do puercotase se emburuján afuera del bohío y Tolá nama que se quedó mirando la pelea. La puercota prieta era ma grandota y arrempujó de nuevo a Yayita con er jocico, y la vorteó. Y como era cruzá con cimarrón y tenía lo cormillose largo le abrió la barriga a la arbina. A Yayita.” Silvestre apagó el cigarro en una piedra y exhaló la última bocanada de humo.

“¿La mató?” pregunté saliendo de mi estupor. 

“No. Tolá salió corriendo pa’ ver y se dio cuenta que la Yayita tenía la panza abierta y se le salían la tripase, pero ar mimo tiempo taba pasando ostra cosa. La puercota arbina, Yayita, taba pariendo.” Silvestre puso sus manos cerca de sus genitales e hizo seña como de que algo caía. 

“¿Pariendo?” le pregunté. 

“Así mimito como lo oye. La puercota parió, y cuando cayó lo que había parío, Tolá fue corriendo a ver que era. Y cuando er llegó se dio de cuenta que había parido a una mujer, blanca como la luna llena. Arbina de piel como la puerca pero con lo cabellose negrecito como la noche.” Silvestre volvió a detenerse, pero de mi no obtuvo pregunta. Había vuelto a mi estupor. “La puercota prieta salió corriendo pa’ encima de ellose pa’ matarlo, pero ante de que llegara la mujer arbina levantó una mano y dijo una palabra que Tolá no entendió tampoco.”

“¡¿Y qué pasó?!” pregunté ya desesperado. 

“La mató” dijo Silvestre. 

“¿A quién?” le pregunté. 

“A la puercota prieta. La mujer arbina levantó la mano y con una sola palabra mató a la puercota que cayó redonda en er suelo con la lengua afuera. Tolá me dijo que la puercota se pudrió ahí mimito, en meno de una hora namá quedaban lo hueso y ante de que saliera el sol ya ni lo huesos quedaban.” 

“¿Y el pelao de la loma?” le pregunté. 

“Dijo Tolá que cuando la mujer arbina se paró y la luna le dio en er pecho, la mujer se prendió en candela, y así mimo cogió fuego la lomota. Dipué de ahí ma nunca creció ma que yerba en esa parte de la lomota.” 

“¿Y que pasó depué?” le pregunté a Silvestre. 

“Tolá salió corriendo de ahí.” dijo Silvestre. 

“¿Y ya?” le pregunté. 

“Así mimo” dijo el hombre. 

“Silve’tre” llamó una débil voz desde adentro de la casucha de madera. 

“Emperece que me llama mi abuela” dijo Silvestre y entro por el espacio de la empalizada que no tenía alambre de púas. 

Abuela, pensé. Silvestre debía tener algunos setenta años. Sí su abuela vivía la mujer debía tener más de cien.

Dentro de la casucha pude ver las piernas de una mujer que se mecía en una mecedora, sus manos agarraban las de Silvestre. Las manos eran blanca como la luz de la luna llena, o como las estrellas en el cielo. Albinas. 

Silvestre me miró y sonrió.

«Dumbfuck»

Extracted from «ORHANDA: Tales of the Pearl in the Caribbean»

«Go fuck yourself!» Miguel shouted at the burner phone he was holding, then slammed the phone against a wall. 

«You shouldn’t have done that» Said Eddie and exhaled the smoke from the cigarette he was smoking.

«Fuck man, I’m tired of this bitch trying to tell me how we are supposed to do things» Said Miguel and smashed his phone one more time against the concrete wall.

Eddie flicked his cigarette butt, it flipped twice and hit Miguel in the face.

«Watch out bruh, this is new skin» Complained Miguel.

«Stop being a pussy and call her back, say you are sorry and we can keep living our lives.»Eddie looked out the reflective window knowing quite well that only the owner of the apartment could see through the reinforced polymer.

«Nah man, I don’t care about that puta. Fuck her and those idiots that walk around kissing her fat ass for a job.» Miguel looked out the window too.

Eddie pulled out another cigarette from the pocket of his jacket and lit it up.

«She’s thick as fuck, I’ll give you that» Said Eddie. He blew the smoke through his nostrils.

«You think she’ll let us finish this before asking me to pay her a visit?» Asked Miguel.

«I’m telling you bro, call her and say you are sorry. We rip this guy, collect the money and we are out», Eddie insisted.

«I’m not a kid anymore bro, I’m seventeen, you are nineteen. Que carajos?», Miguel spoke waving a brand new .40 from GURO ballistics he had stolen from a man they had killed the week before.

«You ended up keeping the gun, you’re lucky he didn’t have fingerprint recognition. Those new GURO guns can be tracked» Said Eddie.

«Eddie, the fuck you thinking? You think GURO or police are coming down here to take a gun from me. Nah, they are too busy playing god upstairs», said Miguel.

«Sh, shut up. I think he is here» Said Eddie.

«The guy?» Asked Miguel.

«No, your dad. Of course the guy, dumbfuck» Said Eddie.

They were inside their next target’s apartment. They had been contracted to kill the man. With Eddie’s brother’s help they overcame the electronic security of the building and hacked into the personal camera and alarms system of the apartment.

«You shooting?» Asked Miguel. 

«No shooting» Said Eddie and drew a combat blade from behind his jacket. The thing was as thin as a scalpel, it shimmered under the light. One would even think it was transparent. 

«Where the fuck did you get that?», whispered Miguel while pointing at the door.

«That’s what you get if you do what «fat ass» says» Eddie whispered back. 

«Shit!», said Miguel. «I should call her and say I’m sorry»

«That will have to wait now, big boy. Now shut up and aim», Eddie located himself next to the door and waited. They both did.

There was a beep outside and the movement of gear inside the automated door system to the apartment, the hydraulic rams sounded and Eddie moved in. He didn’t give time for the man to react to Miguel pointing at him with a handgun.

Eddie slit the man’s throat in a single movement, sending a shower of blood all over the studio apartment and Miguel’s new shoes.

The automated door closed.

«Damn Eddie, you should have turned…»

Bang. A gunshot. Bang. Another gunshot.

Eddie fell to one knee, the dying man had pulled a gun and shot twice, one hit the Kevlar vest under his jacket, the second caught him on a thigh. 

Eddie stabbed the man three times and took the gun from his hand.

«Fuck Miguel, fuck. You were supposed to be alert» Said Eddie, noticeably in pain.

«How bad is it?» Asked Miguel.

«How the fuck would I know?» Yelled Eddie.

«Yeah, he’s dead, we should get going» Said Miguel after checking the man for vitals.

«Of course he is dead, I fucking sliced him open!» Shouted Eddie.

«Yet he shot you», said Miguel.

«Shut up and help me up», said Eddie.

Miguel helped him stand and they walked out the apartment, rushing down the hall and into the elevator.

Eddie searched his pocket for something that looked like a flash drive and handed it to Miguel. «Take the keys, I can’t drive like this», he said.

«Where did you park?», asked Miguel.

«Left»

The doors of the elevator opened and they went out of the building, into the dark streets of La Gran Colombia. 

You should know something about the Lower Districts, no one gives a single fuck, if a bullet is not directed at you, ignore it.

With no one asking questions they found their car in the alley to the left. Miguel got in the driver’s seat and Eddie sat next to him.

«Yes», said Eddie.

«Yes what?», asked Miguel.

«I’m not speaking to you. Phone», said Eddie.

«Why can’t you have an actual phone, I never know if you are talking to me or with yourself», Miguel complained and turned on the car.

«Yes, he is out. Yes, he is here. Now? Ok boss», said Eddie.

«What does «fat ass» wants now, the guy is dead»,  Miguel bickered. 

Immediately after that the window at Miguel’s side was covered with his brains, Eddie had quickly drawn his gun from inside his cybernetic arm and took a shot at him. A head-shot; and a pretty messy one.

«I told you to call and say you were sorry, dumbfuck», said Eddie. 

Eddie turned off the car, walked out of it and limped down the alley. Looking back from time to time, waiting for a witness, or perhaps a “street vulture”, a raider, a marauder of this cave of concrete and steel that was Orhanda. 

His widely dilated pupils left almost no room for his light brown eyes, a streak of light bounced on them a second before Eddie was lost in the darkness of the alley. 

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